Una de las cosas que más nos preocupan cuando tenemos un familiar de edad avanzada es el riesgo de caídas. Desgraciadamente, las caídas son una de las principales causas de deterioro funcional e incapacidad entre las personas mayores. Afectan en gran medida a la autonomía personal y la calidad de vida.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres personas de 65 años en adelante sufren al menos una caída por año. Lógicamente, esa proporción aumenta de forma dramática cuando estudiamos la incidencia en grupos a partir de 80 años, llegando a cifras alrededor del 50 %.  En esta franja de edad, además, observamos que alrededor del 25% sufre más de una caída al año.

Estos datos confirman que las caídas son un grave problema de salud pública debido a su incidencia.

El siguiente paso es evaluar las consecuencias para la salud de esas caídas. Hay datos que indican que entre el 5 y el 20% de las personas que se caen se producen lesiones graves, como fracturas o traumatismo craneoencefálico. Además, nos encontramos en situaciones en las que, sin una lesión considerada grave, las caídas provocan una restricción temporal en la movilidad que supone deterioro funcional, reduciendo la autonomía de la persona y provocando en muchos casos su institucionalización.

No podemos olvidar otro factor importante de limitación, muy complicado de cuantificar, pero que no por ello es menos importante. El miedo a volver a caer hace que muchas personas se sientan incapaces de realizar las actividades de la vida diaria que previamente realizaban de forma autónoma.

A la hora de intervenir ante este problema es muy importante conocer los factores que influyen en el riesgo de caída.

Alrededor de un tercio de las caídas se deben a causas accidentales, y en ocasiones se deben a desencadenantes ambientales fácilmente corregibles (suelo mojado, ausencia de luz, pies descalzos…)

En diferentes estudios se han aislado también factores intrínsecos. Así encontramos que el sexo (las mujeres se caen más), la presencia de deficiencias visuales o auditivas, patologías (cardiovasculares, neurológicas o del aparato locomotor) que influyen en la capacidad de deambulación, la fuerza muscular… se asocian a un mayor riesgo de caídas. También hemos podido observar problemas en la esfera cognitiva que implican un aumento en el riesgo de caídas, como puede ser deterioro cognitivo (aunque los datos no son del todo consistentes), alteraciones de conducta o consumo de psicofármacos.

Por otro lado, nos encontramos con hábitos de vida que también afectan a las posibilidades de sufrir una caída. Mantener una buena higiene del sueño, un peso corporal adecuado, o realizar ejercicio físico van a ayudar a minimizar el riesgo.

Para concretar y de alguna manera objetivar el riesgo que una persona concreta tiene de sufrir una caída en datos numéricos utilizamos diversas escalas. Estas herramientas nos permiten comparar entre personas, valorar la evolución de un mismo individuo a lo largo del tiempo y por supuesto dar la voz de alarma que ponga en marcha el trabajo de prevención.

Las escalas más habituales que utilizamos en nuestra práctica clínica son las siguientes:

  1. Escala de Tinetti: Se desarrolló para evaluar la movilidad y el equilibrio de las personas mayores y consta de dos dimensiones: equilibrio y marcha. En relación con la marcha, el entrevistador camina detrás del paciente y le solicita que responda a las preguntas relacionadas con la deambulación. Para valorar el equilibrio, el entrevistador permanece de pie junto al paciente, enfrente y a la derecha, vigilante de la situación. La máxima puntuación para la marcha es 12 puntos y para el equilibrio 16; ofreciendo una suma total de 28 puntos. Se considera riesgo alto de caídas con menos de 19 puntos, riesgo de caídas de 19 a 23 puntos, y riesgo bajo o leve de 24 a 28 puntos.
  2. Timed Up and Go Test: Es una prueba especialmente indicada para medir movilidad y valorar elriesgo de caídas en personas mayores. Para realizar la prueba se medirá el tiempo necesario para levantarse de la silla (preferiblemente sin utilizar los brazos), caminar hasta una marca situada a 3 metros (ambos pies deben rebasar la marca), darse la vuelta y sentarse nuevamente en la silla. Si necesita menos de 10 segundos, tenemos un bajo riesgo de caída. Entre 10 y 20 segundos indica fragilidad (riesgo de caída). Si para realizar la prueba necesita más de 20 segundos se trata de un alto riesgo de caída.
  1. Escala de J.H. Downton: En este caso dejamos de lado el aspecto meramente físico y valoramos diferentes dimensiones, que son:
  • Caídas previas: En algunos documentos se hace hincapié en la historia de caídas en los últimos doce meses
  • Medicamentos: Aquí se valoran los fármacos que de alguna manera pueden fomentar el riesgo de caídas.
  • Déficits sensoriales: No hace falta decir que la falta de visión o auditiva aumentan el riesgo de caídas. Afectaciones en las extremidades como amputaciones y/o intervenciones quirúrgicas hacen que se sumen puntos de riesgo y aumente el riesgo de sufrir una caída. Al igual que enfermedades que alteran la marcha como un ictus.
  • Estado mental: Un estado de confusión, agitación o deterioro cognitivo influye en el riesgo.
  • Deambulación: La alteración de la marcha, la movilidad, el equilibrio y el uso de dispositivos de ayuda (bastones, muletas, etc.) son aspectos para tener en cuenta a la hora de valorar este ítem. Cuando nos encontramos más de dos de estos cinco factores en una persona (puntuación superior a 2 puntos) existe un alto riesgo de caídas.

Dos de los aspectos dignos de mención a la hora de analizar el problema de las caídas son el lugar y la franja horaria de las mismas. En el caso concreto de los centros de mayores, la literatura y la experiencia nos indican que la caída más frecuente se produce durante la noche en el trayecto que va desde la cama al WC.

Y una vez que tenemos toda esta información, estructurada y organizada, somos capaces de generar una intervención que pueda limitar el riesgo de caídas y así prevenir sus temidas consecuencias.

Firmado por Fernando Obispo Simón, Fisioterapeuta de Valdeluz Ferial