La Demencia es un proceso largo, que pasa por distintas etapas, donde hay una afectación cognitiva desde un estadio preclínico a una variada gradación en función de la evolución que es crónica y progresiva.

Sabemos que las lesiones cerebrales comienzan mucho tiempo antes de que aparezcan los primeros síntomas clínicos. Es la fase preclínica, solo evidenciable mediante pruebas avanzadas en entornos de investigación. Es decir que lo encontraremos solo si lo buscamos mediante pruebas de laboratorio.

Luego de esa fase preclínica aparecen los primeros indicios, de deterioro cognitivo que es incipiente, con una clínica sutil caracterizada por despistes aislados muchas veces erróneamente atribuidos al envejecimiento o “propios de la edad”.

Sin embargo cuando hay una Demencia el proceso sigue su curso y los fallos de la memoria a corto plazo, y de la atención, serán más evidentes. Incluso aparecerá alguna dificultad ocasional para la nominación de objetos. Puede observarse en ocasiones alteraciones a nivel del estado de ánimo o mayor labilidad emocional.

Estos primeros síntomas no impiden mantener una vida autónoma con mínima supervisión. Esta sería la fase leve de la Demencia.

Pero este proceso no se queda ahí sino que va evolucionando a una fase moderada donde se profundizan los problemas de memoria, atención, lenguaje y razonamiento.

El mayor podrá desorientarse cuando sale del domicilio, a sitios que previamente controlaba, e incluso podrá presentar cambios a nivel de hábitos y conductas que hacen que la familia se alarme y consulte al especialista en Neurología porque ya se evidencia un compromiso para la autogestión y la realización de las tareas cotidianas.

Este patrón seguirá avanzando para profundizar un deterioro a nivel no solo cognitivo, sino también funcional, con una pérdida sostenida de autonomía para el desempeño y el autocuidado porque el daño neuronal es progresivo e incluye varias áreas del cerebro, incluso las relacionadas con la movilidad.

El mayor no se reconoce a sí mismo, ni a sus allegados, y va perdiendo la posibilidad para expresar necesidades debido a pérdida de riqueza y fluidez del lenguaje y de significantes.

Se evidenciará una pérdida del control de esfínteres y necesitará ayuda para realizar todas las actividades básicas e irá haciéndose dependiente para la ducha, el aseo, vestido, incluso para comer. La marcha se irá alterando, favoreciendo el aumento de las caídas, hasta dejar de poder caminar sin riesgos.

En la evolución de esta fase se irá desconectando de la realidad progresivamente aumentando la tendencia al sueño, perderá el lenguaje y la capacidad para tragar, e irá adoptando una posición donde predominará la rigidez y la flexión de las extremidades. Esta es la fase final en la cual será prioritario favorecer el confort para minimizar incomodidad derivada de la evolución del proceso neurodegenerativo evolucionado.

Todo el proceso durará años. En promedio se habla de entre 7 a 15 años desde que se diagnostica hasta la fase final. Si bien se han observado personas que han alcanzado los veinte años.

Pero a eso hay que sumarle los más de diez años de la fase preclínica (algunos autores refieren que hasta veinte años más).

La prevención cobra, entonces, un rol fundamental. Hay que enfatizar el tratamiento de las patologías médicas de riesgo como la hipertensión arterial, la diabetes, las arritmias, las dislipemias) y reducir los factores de riesgo como el tabaco, el alcohol u otras substancias tóxicas o el estrés crónico.

Mantener una el intelecto estimulado, una vida social y afectiva y buenos hábitos (dieta, ejercicio, descanso adecuado) son factores promotores de la salud que pueden ayudar a reducir el impacto de estos procesos y/o retardar su aparición.

En este contexto cabe destacar la importancia de un diagnóstico lo más precoz posible para un abordaje adecuado, y múltiple, para conseguir mantener las capacidades cognitivas y funcionales por el mayor tiempo posible.

Autor: Silvia Lores Torres (Dirección Médica Valdeluz)